Estuve pensando en lo que vendría después de años de haberla
conocido. De habernos mirado frente a frente hasta los huesos, hasta que el
alma no tuviera un espacio de sombra. Hasta haber perdido el sentido de vernos
unos minutos. Sin tener una lógica razón, llegó. Llegó desde un punto que no podíamos
ver en nuestro espacio cuadrado que se iba haciendo triángulo y parecía
aplastarnos a los dos que estábamos pensando que el centro era el mejor lugar.
No pude encontrar mejor silueta de la que me brindaba la
noche para verla desde el otro lado, fuera de mí, desde el lado que aún no
conocía. Ese que se llevaba sus risas incontrolables con mucha mayor frecuencia,
sus bailes espontáneos llenos de fuerza, de sensualidad reprimida, y momentos
gloriosos que también aparecían como un tanto desconocido.
Habíamos creado un pequeño temor a ser aceptados en nuestra
más ridícula manera de bailar, y en la más sensual. Hubo algo que me hizo verla
con la ternura y pasividad que siempre ha merecido. Hubo un momento del que
nunca había sido partícipe; de su pequeño momento de ser solo ella. Ese momento
que cada uno guarda para muy dentro de nosotros mismos. Tuve la sensación de
haber visto un poco, sólo la más pequeña de todo lo que ella guardaba. La vi
saltar como si no hubiese gravedad. Cantar como si el concierto estuviese a pocos
centímetros de nuestros ojos y reír y saltar una vez más. Así he podido darme cuenta que aún con lo que
la conozco no me basta. Qué nunca terminaré porque siempre irá creando nuevas
cosas para que yo las pueda descubrir, y que cada vez que lo descubra me
enamorará una vez más con su forma de personarse ante mis sentidos.
Es que es esa dimensión de aquellas partículas de ese otro tan especial que de a momentos, evanescentes, se hacen presentes para robarnos la más sincera de las sonrisas y así...volver a re-enamorarnos. ¡Bellezas de palabras!
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