lunes, 20 de junio de 2016

Pueblerino




Cuando tenía 11 años buscaba, con mi pelota en la mano, a mis a amigos en sus barrios para jugar fútbol o para ir a la playa, lo hacía con más frecuencia en verano. Creía que podría ser jugador de fútbol profesional, aunque poco a poco hallé la razón para no serlo. Nadie creía en mi ni en mis potenciales (aún entonces no sabía que sólo necesitaba que yo lo crea). Dibujaba a menudo y me gustaba retratar una casa construida como un buque al borde del mar justo al lado de una isla. Escribía historia de hormigas que se querían apoderar de mi pueblo peleando en los cerros. Así empecé a creer que podía escribir. 
En mis ratos libres quiero regresar a mis 9 o 10 años en los que sólo era importante encontrarme con amigos en los parques de mi pueblo o en las Ninfas, una pequeña playa con la forma de una piscina grande. No es fácil aceptar que he perdido. Sobretodo cuando nadie lo sabe más que tú y tratas de ocultarlo diciendo que ya estás seguro de lo que vas a hacer. Desearía volver a ser un niño de pueblo y con grandes ilusiones de ser futbolista, aunque malo pero futbolista al fin. Quizás escritor.

martes, 14 de junio de 2016

Vuelo

De repente dejó la voz delegada la cara redonda, dejó de jugar con sus muñecos. Nos dejó en claro que nos preocupáramos de nuestros quehaceres y lo dejáramos enrolado en su vida nueva, en su visión de juventud. Que en su camino no había espacio para todos nosotros.

Supongo que también piensa en la vida y en lo que significa tener que vivir una. Dejamos de hablar a cada día y las palabras se convirtieron en letras en un papel. En cartas de no más de 5 líneas. Hasta que las letras se convirtieron ausencia. Esperaba al menos unas 5 líneas.
Nunca entendí cuando dejamos de ser quienes éramos para convertirnos en lo que queríamos ser por separado. Hasta qué las letras y postales se convirtieron en una última llamada, y con eso, sólo visitas, sólo flores.